miércoles, 28 de abril de 2010

Toma de tierras y plan de vivienda en Luján




22/02/2010
Toma de tierras y Plan de Vivienda en Luján

Fotos y texto del MTC (Movimiento de Trabajadores Comunitarios) de Luján, en el Frente Popular Darío Santillán

No hace mucho las vacas eran las dueñas del lugar. Ana, Josefa y Leoncio cuentan que hace treinta años esta tierra apenas había dejado de ser de quintas, para servirles de pastura a las vacas de los primeros que se animaron a poblar el barrio. La tierra olía a semillas y a lo que los portugas le metían para que produzca un poco más.

Cuando pasó la autopista, en plena década del noventa, Leoncio nos decía que ese progreso que se veía allá abajo no era para nosotros, que traía una escoba para barrer a los pobres de la vista de los que iban a disfrutarlo. Vamos a ser como la culpa, no nos va a querer nadie!





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Nunca fue barrio obrero, pero sí de laburantes, que vinieron de las provincias con sus cuchillos y sus caballos. Y no fue la excepción de los cambios que sufrió la zona, cuando se acomodó para que los pobres vivamos de cuidar y atender bien los caprichos de los ricos que huyen de la capital por las autopistas a sus barrios cerrados y sus clubes de campo. Changas de construcción, de parqueros y para cuidar caballos. Las mujeres a planchar camisas o atender los restaurantes de chancha con pelo. Muchos se cayeron del tablón, se quedaron con las manos como puños mirando a sus hijos crecer con casi nada.

Y los de turno se olvidaron… tenían mucho trabajo que hacer para que esas inversiones millonarias se hicieran en la zona. El barrio se fue armando por manchones, la familia crecía y cuando no aguantaban más el amontonamiento alguno juntaba cosas y se armaba un rancho en un pedazo de campo, así hasta que la ciudad fue quedando chica; lo que no sobra se vuelve caro, y medio que empezaron los desalojos…



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Menos mal que había pasado el 2001, ya había experiencias de resistencia. Por eso cuando tomamos esta primera tierra muchos se prendieron. Cuenta la memoria que acampamos un tiempo largo en un otoño que arrancaba al calor de las cubiertas y de la leña de acacias; que primero quisieron fajarnos, después nos prendieron fuego una parte del local y después nos metieron en cana por hacer pintadas, que hasta compañeros de La Plata se vinieron en los trenes para hacernos el aguante, compañeros piqueteros que pusieron el hombro sin conocernos los nombres ni las caras, con un corazón grande como el del che Guevara. Y al final le torcimos el brazo al municipio, y comenzó el trabajo de ir poniéndole vida a la tierra; irla poblando con la identidad de la lucha.

Años de idas y venidas, siempre con la calle que lleva el nombre de Darío como señuelo. El suelo se fue poblando y las navidades pasaban, pero las esperanzas de tener las casitas acá, construidas por brazos de compañeros no decaía.





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Desde que arrancó la obra nadie puede pegar un ojo; la primera vez que hay inversión pública de envergadura por la zona; máquinas, herramientas nuevas, cincuenta compañerxs cobrando jornales. “Hay que hacer casitas hasta la autopista”, dice Leoncio, y se ríe como un chico remontando barriletes. Por ahí eso es mucho, pienso. Tanto como si esto que ocurre ahora lo hubiésemos imaginado unos veinte o treinta años atrás, cuando las vacas y los caballos hacían lo suyo en estos pastizales y los primeros pobladores del barrio aún no acababan de desenfundar sus cuchillos.






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